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RANTOUL – En las afueras de Rantoul, en el centro-este de Illinois, unos 100 trabajadores agrícolas migrantes están viviendo en un viejo hotel localizado en una parte tranquila de la ciudad.
Todos los días al amanecer, Samuel Gómez y el resto del equipo se toman la temperatura antes de salir por la puerta. La mayoría de los trabajadores, con sus mascarillas, se suben a un gran autobús escolar amarillo que tomará un viaje de 30 minutos para llevarlos a un gran almacén, donde pasarán el día clasificando el maíz que llega en grandes cintas transpontadoras.
Gómez, que es de México, es uno de los pocos afortunados que tiene acceso a un automóvil, así que conduce al trabajo con su papá y su hermana. Ha estado aquí todo el verano; comenzó en el campo, seleccionando el maíz: quitaba las plantas de maíz enfermas y las del tipo que no correspondían para aumentar la calidad de la cosecha. Trabaja en el almacén desde septiembre.
En los Estados Unidos, se estima que hay entre dos y tres millones de trabajadores agrícolas que plantan, cultivan y cosechan cultivos cada año. Entre ellos se encuentran los trabajadores migratorios, como Gómez, que durante meses dejan atrás a familiares y amigos para encontrar un trabajo que pague más de lo que podrían ganar en su país.
En cualquier año, las largas horas de trabajo y las exigencias físicas hacen que el trabajo sea muy arriesgado, pero la pandemia del coronavirus lo ha hecho aún más riesgoso. Los brotes del virus en los EE.UU. relacionados con las granjas preocupan a algunas personas por la falta de protección de los trabajadores, de los cuales depende la nación para su alimentación.
“No es el mismo aire que respire la temporada pasada”
Gómez, de 32 años, ha viajado a Illinois como trabajador migratorio durante cuatro años. Dice que gana 12 dólares la hora en el almacén limpiando y desinfectando el lugar, aproximadamente el doble de lo que podría ganar trabajando en el comercio minorista en México.
Dice que antes de llegar a Illinois en junio, no conocía a nadie que hubiera contraído el coronavirus, así que no estaba muy preocupado.
“Bueno, la verdad me sorprendí cuando decían. Porque yo no conocía a nadie con COVID. Yo pensaba que era… bueno que era… no sé… algo que no existía. Hasta que me di cuenta que sí.”
Desde junio, se han dado 21 casos de COVID-19 relacionados con el hotel en el que viven Gómez y todo un equipo de trabajadores migrantes, según el Distrito de Salud Pública de Champaign-Urbana, que rastrea los casos de COVID-19 en todo el condado de Champaign. El hotel está ligado al tercer brote más grande del condado, según los datos internos de salud pública del estado desde julio a septiembre obtenidos por el Centro de investigación periodística del Medio Oeste (Midwest Center for Investigative Reporting).
Gómez dice que cuando llegó y presenció el brote de primera mano, la amenaza se volvió muy real y que él y sus colegas empezaron a tomar más en serio los requisitos del uso de máscaras, el distanciamiento social y la higiene de manos.
Gómez dice que el almacén tiene un aspecto diferente este año, con menos trabajadores para permitir suficiente espacio para mantener a todos a salvo. Dice que todos usan mascarilla, y en general, se siente seguro.
Pero aún le preocupan los trabajadores mayores, incluyendo a su padre de 66 años, debido a que comparten la misma habitación de hotel y trabajan cerca el uno del otro.
“Si, me preocupa. Por mi papá porque ya esta grande. Pero pues, él sabe que tiene que cuidarse. Bueno está en él más que nada. No lo puedo andar guiando yo tampoco. Yo me cuido por mi y por ellos. Es lo que puedo hacer.”
Josh, de 24 años, también trabaja en la planta de procesamiento de maíz. Nos pidió que solo usáramos su nombre de pila porque teme represalias. Josh es estadounidense. Nacido y criado en Texas, creció en una familia de inmigrantes. Es el mayor de cuatro hijos. Él quería estudiar para ser asistente médico después de terminar la preparatoria, pero dice que cuando se graduó, su padre se enfermó y no podía trabajar más. Para apoyar a su familia, Josh ahora pasa la mayor parte del año viajando por el país para trabajar.
Dice que la temporada de cosecha de este año en Rantoul se siente diferente. Desde el brote, ha habido menos socialización: no hay comidas al aire libre ni fiestas.
“Se puede oler el aire por las mañanas y se siente muy diferente”, dice Josh. “Sabes, se siente, no es el mismo aire que respire la temporada pasada”.
También se preocupa por la COVID-19, pero dice que no tiene elección cuando se trata de trabajar. Su familia depende de él, y espera ahorrar para que un día pueda ir a la universidad.
“O arriesgo todo o nada”, dice. “Quiero dejar un legado. No me voy a rendir.”
No hay más remedio que trabajar
Muchos trabajadores migrantes ganan el doble de lo que podrían ganar en trabajos más cercanos a su hogar. Es una perspectiva que simplemente no pueden rechazar, dice Sylvia Partida, directora ejecutiva del Centro Nacional para la Salud de los Trabajadores Agrícolas (National Center for Farmworker Health).
“La necesidad económica… [es] a lo que esto se reduce”, dice. “Este es su trabajo y dependen de este trabajo para sobrevivir”.
Para los trabajadores migratorios como Samuel Gómez y Josh, Partida dice que el riesgo de contraer el coronavirus es muy elevado: a menudo viajan en grandes grupos, viven en viviendas colectivas y no están familiarizados con los recursos locales disponibles para ellos.
“Ha habido mucho miedo y mucha incertidumbre”, dice. “[Ellos están] confiando en organizaciones que podrían ayudarles mientras intentan aprender a protegerse a sí mismos”.
La organización de Partida ha estado rastreando los brotes de la COVID-19 entre los trabajadores agrícolas migrantes y estacionales (que son en su mayoría latinos y de bajos ingresos) en todo el país. Hasta ahora, se han documentado en los medios de comunicación brotes en 17 estados, incluyendo varios del Medio Oeste. Pero debido a que no existe un sistema oficial de rastreo, este recuento no oficial es probablemente una subestimación, dice Partida.
La Red de Información sobre Alimentación y Medio Ambiente (Food and Environment Reporting Network), que lleva un recuento de los brotes de COVID-19 en todo el sistema alimentario de la nación, informa más de 8000 casos confirmados entre los trabajadores agrícolas de EE.UU. Algunos investigadores de la Universidad de Purdue, en colaboración con Microsoft, estiman que el verdadero número de casos de coronavirus entre los trabajadores agrícolas de EE. UU. es mucho más alto: alrededor de 140.000, cifra a la que llegaron aplicando las tasas de infección a nivel de condado contra la cantidad de trabajadores agrícolas y agricultores que se cree que trabajan en esos condados.
En Illinois, los casos de COVID-19 entre trabajadores agrícolas no se rastrean de cerca, pero una clínica que atiende a trabajadores agrícolas migrantes y de temporada informa que de aproximadamente 1700 personas examinadas por su personal desde el inicio de la pandemia, el 14%, o más de 200, presentaron resultados positivos.
Solo 11 estados, incluyendo Michigan, Wisconsin y Colorado, tienen regulaciones obligatorias para proteger a los trabajadores agrícolas, según un análisis del Grupo de Trabajo Ambiental (EWG, por sus siglas en inglés). Muchos otros han emitido recomendaciones, dice Partida, pero le preocupa que no existan sanciones para quienes no las siguen.
“No hay ninguna aplicación de la ley; no hay responsabilidad”, dice ella.
En algunos estados, los riesgos para los trabajadores agrícolas se ven agravados por desastres naturales cada vez más mortales alimentados por el cambio climático, como los incendios forestales del oeste. Partida dice que muchos estados no incluyen a los trabajadores agrícolas en sus planes de respuesta de emergencia.
Para garantizar la protección de los trabajadores agrícolas, dice que los departamentos de Trabajo y Agricultura de EE.UU. tendrían que dar un paso adelante para implementar lineamientos o normas que se puedan hacer cumplir.
Hasta entonces, trabajadores como Samuel Gómez y Josh continuarán viajando al próximo trabajo y esperando lo mejor.
“Ese es el riesgo que tenemos que tomar como trabajadores migrantes, para tener éxito en la vida”, dice Josh. “Allá en Texas no hay mucha esperanza. Aquí hay esperanza para un futuro mejor “.
Esta historia fue producida por Harvest Public Media y Side Effects Public Media, en colaboración con el Midwest Center for Investigative Reporting.
Dana y Christine son periodistas de Illinois Newsroom. Síguelos en Twitter: @DanaHCronin y @CTHerman
Translation by Cristina Seyler in partnership with America Amplified. If you have any questions or concerns about the translation, please email Jennifer@americaamplified.org.
Traducido por Cristina Seyler en colaboración con America Amplified. Si tiene alguna pregunta o inquietud sobre la traducción, favor de comunicarse por correo electrónico con Jennifer@americaamplified.org.